Cuántas anécdotas! Compañeros de camino, familia de 43 horas. Amigos, desconocidos. Tierra, aire. Escaparate. El implacable Rock & Roll que sirve de excusa para escapar al norte del país, recorrer esas rutas argentinas, ver caras nuevas, hablar -y discutir-de fútbol, política, lo que sea. Puro y encantador potpurri de sensaciones y emociones. Todo por el Rock...
Salida: Caballito, a las 20hs del 18 de septiembre. 
Destino: Estadio Padre Martearena, Salta. Recital del Indio Solari.
Como cualquier cosa en Argentina, siempre hay atraso y la travesía al norte no fue ajena y se demoró una hora. De los cuatro que habían, el designado era el MICRO 2. El segundo piso del colectivo, precisamente. Y en los pasillos las conservadoras: fernet, cerveza, vino, coca -la gran acompañante de los tragos- y algún que otro jugo. También las colillas de los cigarros varios y el humo que hacía irrespirable el ambiente pero que se oxigenaba entre cada parador, con algún que otro policía pidiendo una "colaboración" -en Tucumán $2!!!!- y la gente, los acompañantes del viaje que entre cantitos, charlas filosóficas y picardìas hacían menos duro el viaje.
Parada en Santiago del Estero -ida-, Rafaela -vuelta- y la viveza criolla se hacía presente. La señora en la puerta de los baños "ofreciendo" papel higiénico, una especie de peaje en plena urgencia urinaria -que atrevimiento-.
Más ruta, más horas, más cerca. Y de repente, el cartel que ofrecía una cálida recepción: Bienvenidos a Salta. Y los 45 redonditos del micro saltaron y cantaron pegados a las ventanillas.
La entrada no era prometedora al ver a chicos jugando a ser un Messi -como decía la remera de uno de ellos- descalzos en un potrero con más vidrio que pasto, casas de madera y la triste realidad que nos golpeaba en la cara, la pobreza que azota al país a la vista -Dios siempre tan imparcial-. Unos metros más y la imponente vista. La ciudad salteña se ofrecía imponente y solidaria a los redonditos de ricota entre infinitos cerros.
Eran las 17.30 y el destino esperado llegaba a su fin. Y comenzaba la caravana hasta el estadio. Entre tanto, más ricoteros de diferentes provincias y hasta seguidores de Uruguay y Paraguay. Muchos puestos de comida para los estómagos llenos de líquidos y vacíos de sólido, el armado policial y los vendedores de turno con remeras del Indio, Skay y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota -quizás al otro día con una del Chaqueño Palavecino-
Con las entradas en mano para ingresar, se desplegaba la seguridad del espectáculo. Siempre algún "vivo" intentando pasar sin haber pagado los $80 que costó la entrada. En el campo del Padre Martearena seguía la misa ricotera. Tibios pogos y cantitos. Recuerdos a Walter Bulacio -de 17 años y muerto por la arbitrariedad policíaca antes de ingresar a ver a los Redondos en Obras en 1991- y por consiguiente, alguna que otra dedicación de enemistad a la "yuta".
Pero lo mejor vino después y la noche se vistió de banderas. Un gran despliegue de luces efímeras anunciaban un show único, fuera de la gira de Porco Rex. A la luz de la luna y entre gritos por el esperado e inminente comienzo salió el Indio con el fulminante Fuegos de Oktubre. Y arrancó el Rock & Roll del país. Tiradas de pelo, zapatillas volando por el aire, el muchacho en muletas -siempre hay alguno en los recitales-, celulares en el piso, de todo un poco. En medio del recital, el cantante interactuó con sus lunáticos amantes, les confesó que estaba enfermo y agradeció la ayuda de su médico y también pidió la ayuda de sus fieles, que superlógico, se rindieron a una única voz. Con 28 temas, 17 de los Redondos y los demás de su faceta solista se desarrolló la magistral producción mientras las bengalas daban el marco de colores y de paso, quemaban algún que otro brazo y remera. Al final, JiJiJi y el temblor que estremeció las inmediaciones del estadio y los fuegos artificiales que nos decían Buena suerte y hasta luego.
Y así, sin más, con nostalgia pero con pura satisfacción a emprender la vuelta. Pero la gente, las 43 horas de Caballito a Salta y el Rock redondo quedaron para la imborrable memoria de cada uno. (Nadie es capaz no pueden borrar mis recuerdos).
Mayra Yampa
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